lunes, 10 de diciembre de 2018

LA ESTUPIDEZ SEGÚN ROBERT MUSIL


LA ESTUPIDEZ SEGÚN ROBERT MUSIL

Por Lácides Martínez Ávila

Hace ya varias décadas, el extinto poeta y escritor austríaco Robert Musil escribió un curioso ensayo sobre la estupidez, tema cuya vigencia perdurará, sin duda, mientras el hombre exista. Como seguramente sean de interés general los conceptos allí consignados, hemos extraído la esencia de los principales de ellos para mostrársela a los lectores.

La estupidez es concebida por Robert Musil, no como un mal perenne en las personas, sino como un mal que se presenta  por momentos. Naturalmente que habrá individuos en los que esa aparición de la estupidez sea más frecuente que en otros, y no es descartable la posibilidad de que existan personas inmunes a ella. Éstas habrán de ser muy pocas, desde luego, toda vez que esa vitanda condición del entendimiento es tan abundante, que Erasmo de Rótterdam, en su “encantador y todavía fresco” libro Elogio de la locura, sostuvo que sin ciertas estupideces no hubiéramos podido venir al mundo.

No siendo entonces la estupidez un mal perenne –-como se acaba de decir---, será impropio hablar de “la estupidez de fulano”, “de zutano”, etc., sino más bien de las actitudes estúpidas asumidas, en algunos casos, por los seres humanos. Veremos, a continuación, cuáles son, entre otras, esas actitudes estúpidas, en opinión de Musil.

En primer lugar, todo el que se propone  hablar de la estupidez supone de antemano que él no es estúpido, y ésa ya es una actitud estúpida, porque ¿cómo no va a ser estúpido quien diga, piense o crea: “yo sí soy inteligente”? Signo de estupidez es también  la sorpresa (acompañada casi siempre de contrariedad y disgusto) que experimenta aquel individuo a quien uno de sus subalternos decide de pronto llamarlo por su nombre.

También proceden con estupidez los jefes que optan por sentirse molestos cuando se dan cuenta de que alguno de sus empleados es tanto o más inteligente que ellos. Consideran, quizás, que tal hecho pone en peligro su autoridad, su poder. En este caso, habrá empleados que, por razones de seguridad laboral, se empeñen en no aparecer como inteligentes ante sus jefes, es decir, en pasar por estúpidos; pero ésta no deja de ser también una actitud estúpida. Lo aconsejable, en tales circunstancias, parece ser adoptar una postura prudente, equilibrada ---como sostiene Aristóteles que es la virtud---: no mostrándose ni muy inteligente ni muy estúpido, porque, por un lado, “la inteligencia exaspera al poderoso”, quien sólo a cambio de una devoción incondicional la acepta, y, por otro lado, la estupidez suscita en él impaciencia y, a veces, hasta crueldad.

“Puede ser estúpido dárselas de inteligente, pero no siempre es signo de inteligencia crearse fama de estúpido”, dice textualmente Robert  Musil. De este análisis se puede colegir una conclusión más general: la de que lo más inteligente en esta vida es obrar sin tratar de llamar mucho la atención en un sentido u otro.

La vanidad es otra de las actitudes estúpidas del hombre. Alabarse a sí mismo es un proceder poco inteligente, aparte de que es considerado de mal gusto y ridículo. Y no solamente es estúpido el alabarse a sí mismo, sino el alabar explícitamente a los demás. “Decirle a alguien que es un genio o un santo, sería tan monstruoso como decirlo de sí mismo”. De igual manera, no sólo es vanidad el autoalabarse, sino que lo es, incluso, el mero hecho de hablar de sí mismo.

Ahora bien, como quiera que a los poetas sí les está permitido, por parte de la sociedad, que nos hablen de sí mismos, que nos cuenten sus intimidades, se puede considerar también, y no sin cierta razón, que, pese a esa licencia social de que gozan, los poetas son unos estúpidos.

En suma, la estupidez se manifiesta en todas aquellas actitudes que tienen sus raíces en una valoración inexacta de sí mismo, ya sea en sentido aumentativo o diminutivo. Quien se sobrevalora suele cometer estupideces con frecuencia, al mostrarse altanero o vanidoso ante los demás. Y quien se subvalora también incurre, a menudo, en estupideces al no mostrarse en su verdadera dimensión a los ojos de quienes lo rodean.

Musil distingue dos clases de estupidez: una que es honrada y sencilla, y otra que hasta podría considerarse como una señal de inteligencia. La estupidez honrada es propia de aquellas personas débiles de entendimiento que, por ser así, no son capaces de realizar muchas cosas que se proponen hacer pero que se escapan a sus alcances. Tales personas hallan dificultad en lograr una definición racional y sintética de las cosas. Lo que nosotros resumiríamos en la fórmula: “médico a la cabecera del enfermo”, un estúpido de éstos lo expresaría así: “un hombre que le sostiene a otro que yace en la cama, la mano; luego hay una monja”. Para definir la palabra “encender”, ellos dirían: “el panadero prende fuego a la leña”; para hacer lo propio con la palabra “religión”, se expresarían: “cuando se va a la iglesia”;  con “invierno”: “consta de nieve”, y así sucesivamente. Esta forma de expresarse es la que, justamente, utilizan los poetas.

La otra clase de estupidez, en cambio, caracteriza a aquellos individuos que proceden estúpidamente, no tanto por  incapacidad para obrar de otro modo, sino en aras de intereses mezquinos. La estupidez, en este caso, radica, más que todo en el hecho de fijarse metas indebidas, cuando un espíritu verdaderamente inteligente optaría por objetivos sanos y acordes con el bien.

Tales son, a grandes rasgos, las ideas expresadas por Robert Musil acerca de la estupidez, en un original y peculiar ensayo sobre el tema, que escribió por allá en la década del treinta del siglo veinte, pero cuya validez y vigencia permanecerán intactas a lo largo de los años, pues, mientras la humanidad exista, nunca dejaremos de haber estúpidos en el mundo.  



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