lunes, 10 de diciembre de 2018

CRATILO, MÁS HERACLITIANO QUE HERÁCLITO


Notas Filosóficas:

CRATILO, MÁS HERACLITIANO QUE HERÁCLITO

Por Lácides Martínez Ávila

Cuando se hace referencia, en filosofía, al continuo fluir de las cosas, a la inestabilidad perenne de cuanto existe, se recuerda de inmediato a Heráclito. Y es, desde luego, justo que así sea, puesto que fue, precisamente, el célebre filósofo efesino el creador de esta teoría. Sin embargo, tuvo Heráclito un discípulo que fue más extremoso y radical que él en la sustentación de su doctrina.

Nos referimos a Cratilo de Atenas, aquel que fuera el primer maestro que tuvo Platón, antes de ser discípulo de Sócrates, y a quien “el Divino” dedicara uno de sus diálogos. Vivió en el siglo V antes de Cristo, y, por el mismo Platón, se sabe que era más joven que Sócrates y que su padre se llamaba Enicrión. Se desconocen de él más detalles biográficos.

Cratilo llevó hasta sus últimas consecuencias la doctrina del devenir de su maestro. Heráclito, como se sabe, había sostenido que todo cambia y nada permanece, y había ilustrado esta tesis con aquella famosa alegoría de que “nadie entra dos veces en un mismo río”, la cual explicaba diciendo que cuando alguien penetra —o, más exactamente, cree penetrar— por segunda ocasión en un río, el agua que encuentra ya no es la misma que halló la primera vez, puesto que la corriente, como no se detiene, va reemplazando a cada instante unas aguas por otras.

Pues bien, Cratílo sostuvo que “no se entra a un río ni siquiera una sola vez”, porque, según este filósofo, al mantenerse las aguas en continuo discurrir, el río en su totalidad es distinto en cada momento, por muy fugaz que éste sea, razón por la cual no se puede hablar nunca de un río determinado, ni mucho menos penetrar en él.

De idéntica manera, estimaba Cratilo que a las cosas no debía ponérseles nombre, pues, siendo ellas continuamente cambiantes, mal podría designarse con un nombre a algo que en cada instante deja de ser lo que es para pasar a ser algo distinto. Por esta razón, Cratilo prefería no hablar, y, cuando le hablaban, se limitaba a responder haciendo señas con los dedos.

                                                                 


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