BREVE
ENSAYO SOBRE LA VENGANZA
Por Lácides Martínez
Ávila
Entre las bajas pasiones que suele
albergar el corazón humano, descuella la del espíritu de venganza, por su
extremada peligrosidad. La venganza es definida por el Pequeño Larousse Ilustrado como un “mal que se hace a alguien para
castigarlo y reparar así una injuria o daño recibido”. Un comportamiento semejante
no puede tener cabida en un ser rectamente pensante. Dicen que decía Ovidio que
“la venganza es propia de los seres enfermos, estrechos y retorcidos”. Este
juicio encierra una sabia y reflexiva verdad. Cierto es que el dolor producido
por un daño o agravio nos induce a vengarnos de aquel que nos lo causó; pero,
si reflexionamos, nos damos cuenta de que ello es labor vana y, en el fondo,
absurda, sin ningún sentido.
¿Qué beneficio proporciona la venganza?
Absolutamente ninguno. Por el contrario, si en el momento de ejecutarla el individuo
se halla padeciendo aún los efectos del daño que la originó, lo que consigue,
con su torpe acto, es agregar otro dolor a su alma: el del remordimiento. No
pasa de ser entonces la venganza una acción insensata, que en nada beneficia y
sí, en cambio, perjudica. Es una estólida y necia lucha contra lo irremediable;
es intentar lograr que lo que ya pasó no haya pasado, lo cual es una evidente aporía,
propia de un razonamiento de Zenón de Elea.
El hecho vengativo se apoya en un doble
engaño. En primer lugar, el vengador parte de la falsa creencia de que la
ofensa que recibió lo colocó, moralmente, por debajo del ofensor. Esto es completamente
erróneo, porque lo que ocurre es precisamente todo lo contrario: es el ofensor
quien se coloca por debajo del ofendido. Si una persona ofende, sin justificación,
a alguien, comete una equivocación o falta, mientras que el ofendido no incurre
en ninguna, lo cual equivale a decir que, en ese caso, la persona ofensora se
ha ubicado, moralmente, por debajo de la persona ofendida, y no al revés. En segundo
lugar, el vengador, como quiera que cree hallarse en una posición de inferioridad
respecto de su ofensor o damnificador, trata entonces de bajar a éste de su
supuesta posición de superioridad. Pero ¿qué sucede? Que, al vengarse, lo que
hace es perder él su propia posición de superioridad —ésa sí real— y descender
al nivel de quien le ofendió o perjudicó.
En vez de asumir una actitud vengativa,
quien ha recibido daño u ofensa debería razonar en los siguientes términos,
expresados por Balmes, en su obra “El
criterio”: “”Pues qué, ¿yo he de gozarme en el abatimiento, en el perpetuo
infortunio de una familia? ¿No sería para mí un remordimiento inextinguible la
memoria de que con mis manejos he sumido en la miseria a sus hijos inocentes y
hundido en el sepulcro a sus ancianos padres? Esto no lo puedo hacer, esto no
lo haré, es más honroso no vengarme; sepa mi adversario que si él fue bajo, yo
soy noble; si él fue inhumano, yo soy generoso; no quiero buscar otra venganza
que la de triunfar de él a fuerza de generosidad; cuando su mirada se encuentre
con mi mirada, sus ojos se abatirán, el rubor encenderá sus mejillas, su corazón
sentirá un remordimiento y me hará justicia”. Claro está que tal manera de
pensar y de sentir sólo puede dimanar de un alma noble y bondadosa, pulquérrima
y sublime, como debe ser el alma humana. Quien no piensa ni siente así, dista
nicho de ser una persona buena.
La venganza es la más peligrosa y
terrible de las pasiones. A diferencia de otras, que se manifiestan en su verdadera
apariencia, la venganza suele disfrazarse con la indumentaria de la justicia.
¡Nada menos que con la de la justicia!, esa virtud que fue considerada por
Aristóteles, en su Ética nicomaquea, como
“la mejor de las virtudes”, “la virtud perfecta”, aquella como la que “ni la
estrella de la tarde ni el lucero del alba son tan maravillosos”. La venganza
le usurpa a la justicia su inmaculado manto, para disimular su propia catadura
infame. Con frecuencia se oye al vengador decir: “Tengo que hacer justicia”, y
tal es la consigna que lo guía y tal el propósito que lo mueve, cuando,
obnubilado por la cólera, no atiende a razones ni consejos de nadie.
Lo curioso del caso es que, por lo
general, ese “deseo de hacer justicia” corresponde a un sincero sentimiento de ésta.
Cree sinceramente el vengador que su acto será un acto de justicia, lo que
quiere decir que, en tales circunstancias, la persona que experimenta el deseo
de vengarse se engaña a sí misma o, más exactamente, es engañada por el espíritu
de venganza de que es víctima. He aquí por qué la venganza es la más peligrosa terrible de las pasiones. Volvamos a
Balmes, en su obra citada: “Cuando el corazón, poseído del odio, llega a engañarse
a sí mismo, creyendo obrar a impulsos del buen deseo ---quizá de la misma
caridad---, se halla como sujeto a la fascinación de un reptil a quien no ve y
cuya existencia ni aun sospecha”.
Pero hay un hecho tan grave como paradójico
en esto de la confusión de la venganza con la justicia, y es el de que, no
obstante hallarse el vengador animado por un sincero deseo de justicia, muchas
veces el mal que irroga excede a la gravedad del agravio antes recibido, con lo
que incurre él mismo en injusticia, es decir, viola, y casi siempre con creces,
la virtud que cree defender.
La venganza, lejos de hacer bien o
justicia, no hace más que multiplicar el mal en el mundo, y se debe a un
sentido egoísta y mezquino del bien y el mal, en virtud del cual se reclama
para sí el bien, al tiempo que se infiere mal a otro, sin entrar a considerar
que dicha venganza quizá suma en la desgracia no sólo a una persona, sino
también a mujeres, niños, ancianos, en fin, a seres que, aparte de no ser
culpables del agravio que se nos irrogó, merecen, por su condición, especial
clemencia.
Dijimos anteriormente que la venganza
es, en el fondo, una tarea absurda, y, en efecto, no de otra manera se puede
juzgar una acción dirigida contra la causa de un hecho absolutamente
irremediable o inevitable. Es una situación análoga a la que se presentaría si
se tratase de lograr que el agua del mar deje de ser salada arrojándole todo el
azúcar de la tierra. De antemano se sabe que tal objetivo no se puede alcanzar.
Igual cosa sucede en el caso de la venganza: se lucha insensatamente contra la
causa de un mal que no se puede evitar y sabiendo por anticipado que éste ya no
tiene remedio. Digamos, con Nietzsche, en “Así
hablaba Zaratustra”: “Lo que fue,
así se llama la piedra que la voluntad no puede levantar”; y, poco más
adelante: “Esto, y nada más que esto, es el fundamento de la venganza: la
repulsión de la voluntad contra el tiempo y su fue”.
Totalmente vano, repetimos, es el acto
de la venganza. El mismo José María Vargas Vila, quizá el más grande apologista
confeso de esa que él llamó “la Palabra Divina de la Venganza ”, reconoce, por
ejemplo, en su libro La
República Romana , que, el “gesto de Venganza” de Bruto contra César, no
fue más que un “¡inútil y glorioso gesto de Virtud, tan noble como estéril!”, y
añade: “él no podía ya salvar la
Libertad (...); la Libertad era un cadáver, y nada podía
resucitarla, ni la sangre”.
La venganza es hija del resentimiento, y
madre, a la vez, del remordimiento. Está en un enorme error quien piensa que
vengándose proporcionará tranquilidad a su espíritu. Si el aguijón del
resentimiento es doloroso, más lo es el del remordimiento. Mientras el primero
de estos dos sentimientos impele al individuo a odiar a alguien distinto de él,
el segundo lo impele a despreciarse a sí mismo. Además, la ilusiva satisfacción producida por la venganza
no alcanza a extirpar por completo el previo resentimiento, y ello significa
que, con la legada del remordimiento, se suscitará en la conciencia un
mortificante estado de ambivalencia, conforme al cual se desarrollará
indefinidamente en aquélla una lacerante batalla entre el resentimiento y el
remordimiento.
Finalmente, es innegable que la persona
vengativa posee unos alcances mentales algo epidérmicos, vale decir poco
penetrantes, que no le permiten entrar a considerar, con mayor profundidad, el
problema, y solucionarlo sensatamente, esto es, no tratando de luchar contra el
pasado (venganza), sino contra el futuro (prevención).
1 comentario:
Es un interesante punto de vista ateo y clásico sobre el añejo tema de la venganza. Sin embargo, pese a la evolución del pensamiento, el condicionamiento de la conducta humana, a través de su ciencia y leyes, no explican, ni preparan mucho menos previenen o pueden evitar el simple hecho de sentir ese sentimiento.
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