viernes, 18 de noviembre de 2016

“ENCUENTROS GRAMATICALES”, UN EXCELENTE TRABAJO GRAMATICAL

ENCUENTROS GRAMATICALES”, UN EXCELENTE TRABAJO GRAMATICAL


Por Lácides Martínez Ávila

La obra “Encuentros gramaticales”, del cartagenero Pedro P. Vargas Vargas, constituye, a nuestro juicio, un trabajo muy valioso en el campo de la gramática.  Además de proporcionar una enseñanza muy pedagógica, clara y accesible, encierra una verdadera filosofía gramatical y revela un manejo y un conocimiento formidables de los mecanismos y leyes que rigen el idioma español.

Escrita, según se nota, con la sencillez del genio y la serenidad del sabio, refleja toda ella una lucidez extraordinaria, propia de los verdaderos maestros. Su lectura es de fácil comprensión, casi que elemental, pues se desarrolla todo el texto mediante una sucesión de diálogos entre dos ficticios personajes, maestro el uno (don Lirio) y alumno el otro (Estelio). Cada uno de estos diálogos constituye un capítulo de la obra.

En una palabra, “Encuentros gramaticales” es una magistral obra lingüística que se opone, desde todo punto de vista, a la snobística mediocridad creativa de la época actual, y en ella se patentiza el talento didáctico del autor.

En virtud de lo dicho, exponemos aquí, de manera textual, uno de sus capítulos más representativos:

---Te dije ayer, Estelio, que hoy hablaría sobre modernismo. ¿Sabes en qué consiste el modernismo?

---Conozco el modernismo como escuela literaria. Recuerde que usted me dijo que la Literatura Universal registra tres grandes escuelas, que son: la clásica, la romántica y la modernista. La clásica…

---No, Estelio. ¡Calla! Cuando te dije que hablaría de modernismo, no es para referirme a la escuela literaria. Simplemente al vocablo. Hay que tener mucho cuidado con esta palabra tan fácil de pronunciar, pero que está convirtiéndose en sinónimo de incapacidad creativa.
---¿Cómo así?

---Observa que en todos los campos de la cultura, hoy en día, casi nadie quiere superar a los creadores del pasado. Difícilmente se encuentra, por ejemplo, un Gabriel García Márquez que se atreva a realizar una obra como “Cien años de soledad”; o un Picasso que supere a la máquina de retratar… Entonces, lo particular es que amparan su incapacidad de superación en la expresión “modernismo”, y lanzan a diestro y siniestro frases como ésta: “Eso de García Márquez, de Cervantes, de Lope de Vega, etc., está mandado a recoger, pues lo que vale es el modernismo”. Y llaman así, por ejemplo, a esta poesía:

“La palenquera…
Tic… Tic… Tac…
El reloj público marca las 4 a. m.
Un policía…
Una ramera…
Un automóvil…
Un tinto…
Me voy…
Adiós…”

Esta poesía fue publicada por un diario de la capital, y se intitula “El estómago de una tapita de colcana”.

---Estoy de acuerdo con usted, pues creo que esa composición no es más que una barbaridad, producto, como usted lo ha afirmado, de la incapacidad creativa del autor. ¡Cómo es posible, caramba! Entiendo que lo moderno debe, al menos tratar de imitar, si no de superar, a lo que, según los incapaces, está mandado a recoger. Pero escribir por escribir, pintar por pintar y luego decir que lo hecho así supera a las obras de Cervantes, Leonardo, Shakespeare, Lope de Vega, etc., creo que va en contra del progreso y prestigio de nuestra cultura.

---Sí, pero lo más grave es que hay fiebre de “modernismo”. Hay gramática moderna, literatura moderna, matemática moderna, física moderna, química moderna, pintura moderna, etc. Claro, nunca he negado el valor del verdadero modernismo de que tú hablaste al principio. Existe una escuela tradicional que respeto y que se llama modernista. A ella pertenecen, por ejemplo, Paul Verlaine, Rubén Darío y otros ínclitos varones del plectro. Son verdaderos creadores. También en pintura y otros predios de la cultura, tenemos auténticos modernistas, que tienden a superar lo hasta ahora creado. Eso lo digo para que no pienses en que soy conservador. No, yo admiro al que trata de superarse, de seguir adelante. Pero afirmar que “El perrito colorado”,  de un tal Gonzalo Arango, es superior al “Quijote”, caramba, es adefesio. Voy a referirte una anécdota, para que aprecies el valor de los poetas, pintores, escultores y, en fin, artistas del pasado…

---Refiérala, don Lirio,… Me agradaría…

---¿Tú has oído hablar de Lope de Vega?

---Claro que sí. Usted mismo me dijo que fue el Fénix de los Ingenios. ¿Recuerda?

---Sí. Escucha: Una vez se encontraba este maestro de la poesía sentado en uno de los parques de Madrid, España. De pronto, apareció una hermosa joven que, al parecer, se llamaba Violante. Esta le dijo: “¡Improvíseme un soneto, si de cierto usted es poeta!”. Cuentan que en menos de lo que canta un gallo, Lope de Vega le respondió:

“Un soneto me manda hacer Violante,
y en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando, van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy en la mitad de otro cuarteto,
mas…, si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y aun parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le estoy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que estoy los trece versos acabando.
Contad si son catorce, y está hecho”.

---¡Qué genial, don Lirio! Eso sí es poesía. Creo que lo que acontece es que muchos tienen inspiración natural, pero, como no se ha dedicado a aprender qué es soneto, estrofa, verso, rima, acento rítmico, hiato, sinalefa, cómo se mide el verso, versos de arte mayor, de arte menor y otras de esas cosas, lógicamente no pueden estructurar lo que con facilidad estructuraba Lope de Vega, o cualquier otro autor pasado. Yo también conozco otra anécdota parecida de un poeta que sí se superó, de hace algunos días, quien está considerado como uno de los mejores poetas de  Colombia. Es cartagenero y le apodan  “El Tuerto”. Me refiero al célebre Luis Carlos López.

---Refiéramela, Estelio. Debe ser interesante.

---¡Escuche!: Se encontraba en cierta ocasión el bardo de Cartagena sentado en el Camellón de los Mártires, cuando una l.inda dama, de paso por el lugar, le dijo que le improvisara un soneto. Ni corto ni perezoso, el Tuerto, sonreído, le respondió:

“Me dice usted: ‘Escríbame un soneto’,
y para complacerla necesito
salir como Argensola del aprieto…
Vamos,,,, ya tengo un mal cuarteto escrito.

Y haré de sopetón otro cuarteto…,
pues, añorando el rostro tan bonito
que luce usted…, como quien salta un seto,
salto y me importa este cuarteto un pito.

Parecerá difícil que pudiera,
comenzando un terceto a la ligera,
finalizar el último terceto.

Pero, sólo al pensar en su mirada,
noche bella hecha luz, de una plumada
le digo a usted: aquí tiene el soneto”.

---¡Magnífico, Estelio! Observa que en los sonetos de los pasajes que hemos referido hay inspiración, belleza e idoneidad poética.

---Sí, don Lirio. Cuando escuché por primera vez la anécdota que acabo de referirle, no solamente sentí la emoción estética que producen las verdaderas obras de arte, sino que aprendí que soneto es una composición poética que consta de catorce versos divididos en dos cuartetos y dos tercetos; que verso es una frase rítmica generalmente sometida a medida; que medida es el número de sílabas naturales que tiene el verso, considerados, claro, los hiatos, las sinalefas, las diéresis, las sístoles, las diástoles y otras figuras o licencias; que sinalefa es la fusión de la sílaba en que termina una palabra, en un verso, con la que comienza la siguiente, cuando ésta se inicia con vocal o “h”; que hiato es la imposibilidad de realizar la sinalefa, para que no resulte un sonido cacofónico o un sentido anfibológico o ambiguo; que rima es la armonía que existe entre las sílabas finales de los versos; que, cuando a partir de la vocal acentuada, las letras que siguen son iguales, la rima se llama consonante; que cuando sólo las vocales son iguales, la rima es asonante; que verso de arte mayor es el que tiene diez o más sílabas; que verso de arte menor es el que tiene menos de diez sílabas: que cesura es la pausa que divide el verso en dos hemistiquios; que la reunión de versos con unidad rítmica se llama estrofa; que una estrofa de tres versos, o de cuatro, o de cinco, se llama terceto, cuarteto, quinteto, si los versos son de arte mayor; si de arte menor, terceta, cuarteta, quintilla, sextina, etc.; que la décima o espinela consta de diez versos octosílabos que riman: primero con cuarto y quinto, segundo con tercero, sexto con séptimo y décimo, y octavo con noveno, y debe llevar punto o dos puntos al final del cuarto verso; que ovillejo es un artificio en que se alternan tres octosílabos con tres quebrados, terminándose por una redondilla cuyo último verso se compone de los tres pies quebrados; que estancia es una combinación, al placer del poeta, de versos heptasílabos y endecasílabos; que romance es una combinación de versos de siete y once sílabas, a gusto del poeta…

---¡Basta, Estelio! Me alegro de que estés de acuerdo conmigo en lo importante de lo “antiguo”. Claro que todavía se puede ir más adelante. Hay mucho que cortar, pero también hay cansancio, incapacidad…

---Mucho. En cambio, quienes quieren aprender carecen de recursos de toda índole. ¿Qué sería de mí si no le hubiese encontrado a usted?

---Pues sí, Estelio. Volviendo al tema principal, te pido el favor de que ahora que iniciemos el curso sobre gramática, cuya introducción estoy haciéndote, adviertas que en esta materia también se ha involucrado el término “modernismo”. Las librerías están rebosantes de “gramáticas modernas”. Y te juro por Dios que de moderno no hay casi nada en gramática. Después de Bello, Suárez, Caro, Cuervo y algunos otros “mandados a recoger”, te afirmo que poco ha sido lo que se ha descubierto o creado en el sistema de nuestra lengua.

---¿Y con qué fundamentos afirmas esto? ¿No es cierto que ha habido una evolución en el campo del idioma nuestro?

---Mira: Como lo dijo Marcos Fidel Suárez, en materia de gramática hay mucho paño que cortar; pero, desgraciadamente, casi nadie se ha dedicado a ello. Simplemente han cambiado de nombre, sin explicar la razón, aparte de lo realizado por Bello y sus ilustres satélites.

---¿Entonces, lo único que ha habido ha sido cambio de nombres?

---Sí, desgraciadamente. Observa: Existe una parte de la oración que se llama adjetivo: aquella palabra que se junta al sustantivo para indicar una cualidad de él o limitar su extensión o significado. Ya esa parte de la oración no se llama adjetivo.

---¿Y cómo se llama ahora?

---Los gramáticos “modernos” han cambiado el nombre del adjetivo por el de “modificador directo”, sin explicar razón valedera alguna. Lo mismo ha acontecido con el complemento determinativo; ahora se llama modificador indirecto. Y los complementos directo e indirecto han pasado a llamarse “objetos”. Al complemento circunstancial le quitaron el nombre de “complemento”; y el atributo se llama predicado nominal o verbal, según que conste de predicativo o no; este nombre se da, modernamente, al antiguo predicado subjetivo, y al predicado acusativo se le ha dejado sin nombre, pues los modernos alegan, absurdamente, que no existe; y muchos cambios más de nombres…

---Entiendo ahora. Entonces, para las clases de gramática que va a darme, ¿qué texto me recomienda?

---El mejor, para mí, sigue siendo el de Bello; pero leerás también los siguientes autores “modernos”, que yo te facilitaré, para que compares y aprecies lo que te digo: Ferdinand de Saussure, Bernard Potier, Julio Fernández, Francisco Rodríguez Andraos, José Roca Panis y Manuel Seco.

---Bien. Descansemos.

---Mañana entraremos en materia. ¡Prepárate!

---Bien, don Lirio. ¡Adiós!

Hasta aquí, el capítulo textual del libro “Encuentros gramaticales”. Tras culminar su lectura, vino a la memoria de quien estas líneas escribe una anécdota que le ocurrió, muy parecida a las de Lope de Vega y el Tuerto López: En cierta ocasión, hallándose sentado en uno de los bancos del Parque de los Locutores de Barranquilla, una jovencita que lo acompañaba le pidió que le compusiera un soneto, y él, guardadas desde luego las inmensas proporciones con los dos citados genios de la poesía, accedió a complacerla de la siguiente manera:

Me pides un soneto de alta estofa,
como si fuera yo Lope de Vega
o el “Tuerto” López, su genial colega…
Pero, bueno, aquí tienes ya una estrofa.

De pronto no te inspire más que mofa,
pero de darle fin la idea me ciega
y quiero hacerte de él formal entrega,
aunque su calidad resulte fofa.

Si la capacidad no me acompaña,
yo sé que, contemplando tu belleza,
se me viene la rima a la cabeza.

Y, así, no te parezca cosa extraña
que el soneto sea cosa concluida…
Dulce niña, has quedado complacida.


                                  Lácides  Martínez Ávila

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