“ENCUENTROS GRAMATICALES”, UN EXCELENTE TRABAJO GRAMATICAL
Por Lácides Martínez Ávila
La
obra “Encuentros gramaticales”, del cartagenero Pedro P. Vargas Vargas, constituye, a nuestro juicio, un trabajo muy valioso en el campo de la gramática. Además de proporcionar una enseñanza muy pedagógica, clara y accesible, encierra una verdadera filosofía gramatical y revela un manejo y un conocimiento
formidables de los mecanismos y leyes que rigen el idioma español.
Escrita,
según se nota, con la sencillez del genio y la serenidad del sabio, refleja
toda ella una lucidez extraordinaria, propia de los verdaderos maestros. Su
lectura es de fácil comprensión, casi que elemental, pues se desarrolla todo el
texto mediante una sucesión de diálogos entre dos ficticios personajes, maestro
el uno (don Lirio) y alumno el otro (Estelio). Cada uno de estos diálogos
constituye un capítulo de la obra.
En
una palabra, “Encuentros gramaticales”
es una magistral obra lingüística que se opone, desde todo punto de vista, a la
snobística mediocridad creativa de la época actual, y en ella se patentiza el
talento didáctico del autor.
En
virtud de lo dicho, exponemos aquí, de manera textual,
uno de sus capítulos más representativos:
---Te dije ayer, Estelio, que hoy hablaría sobre modernismo. ¿Sabes en qué consiste el
modernismo?
---Conozco el modernismo como escuela literaria.
Recuerde que usted me dijo que la Literatura Universal
registra tres grandes escuelas, que son: la clásica, la romántica y la
modernista. La clásica…
---No, Estelio. ¡Calla! Cuando te dije que hablaría
de modernismo, no es para referirme
a la escuela literaria. Simplemente al vocablo. Hay que tener mucho cuidado con
esta palabra tan fácil de pronunciar, pero que está convirtiéndose en sinónimo
de incapacidad creativa.
---¿Cómo así?
---Observa que en todos los campos de la cultura,
hoy en día, casi nadie quiere superar a los creadores del pasado. Difícilmente
se encuentra, por ejemplo, un Gabriel García Márquez que se atreva a realizar
una obra como “Cien años de soledad”; o un Picasso que supere a la máquina de
retratar… Entonces, lo particular es que amparan su incapacidad de superación
en la expresión “modernismo”, y lanzan a diestro y siniestro frases como ésta:
“Eso de García Márquez, de Cervantes, de Lope de Vega, etc., está mandado a
recoger, pues lo que vale es el modernismo”. Y llaman así, por ejemplo, a esta
poesía:
“La palenquera…
Tic… Tic… Tac…
El reloj público marca las 4 a . m.
Un policía…
Una ramera…
Un automóvil…
Un tinto…
Me voy…
Adiós…”
Esta poesía fue publicada por un diario de la
capital, y se intitula “El estómago de una tapita de colcana”.
---Estoy de acuerdo con usted, pues creo que esa
composición no es más que una barbaridad, producto, como usted lo ha afirmado,
de la incapacidad creativa del autor. ¡Cómo es posible, caramba! Entiendo que
lo moderno debe, al menos tratar de imitar, si no de superar, a lo que, según
los incapaces, está mandado a recoger. Pero escribir por escribir, pintar por
pintar y luego decir que lo hecho así supera a las obras de Cervantes,
Leonardo, Shakespeare, Lope de Vega, etc., creo que va en contra del progreso y
prestigio de nuestra cultura.
---Sí, pero lo más grave es que hay fiebre de
“modernismo”. Hay gramática moderna, literatura moderna, matemática moderna,
física moderna, química moderna, pintura moderna, etc. Claro, nunca he negado
el valor del verdadero modernismo de que tú hablaste al principio. Existe una
escuela tradicional que respeto y que se llama modernista. A ella pertenecen, por ejemplo, Paul Verlaine, Rubén Darío
y otros ínclitos varones del plectro. Son verdaderos creadores. También en
pintura y otros predios de la cultura, tenemos auténticos modernistas, que tienden
a superar lo hasta ahora creado. Eso lo digo para que no pienses en que soy
conservador. No, yo admiro al que trata de superarse, de seguir adelante. Pero
afirmar que “El perrito colorado”, de un
tal Gonzalo Arango, es superior al “Quijote”, caramba, es adefesio. Voy a
referirte una anécdota, para que aprecies el valor de los poetas, pintores,
escultores y, en fin, artistas del pasado…
---Refiérala, don Lirio,… Me agradaría…
---¿Tú has oído hablar de Lope de Vega?
---Claro que sí. Usted mismo me dijo que fue el Fénix
de los Ingenios. ¿Recuerda?
---Sí. Escucha: Una vez se encontraba este maestro
de la poesía sentado en uno de los parques de Madrid, España. De pronto,
apareció una hermosa joven que, al parecer, se llamaba Violante. Esta le dijo:
“¡Improvíseme un soneto, si de cierto usted es poeta!”. Cuentan que en menos de
lo que canta un gallo, Lope de Vega le respondió:
“Un soneto me manda hacer Violante,
y en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando, van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy en la mitad de otro cuarteto,
mas…, si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y aun parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le estoy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que estoy los trece versos acabando.
Contad si son catorce, y está hecho”.
---¡Qué genial, don Lirio! Eso sí es poesía. Creo
que lo que acontece es que muchos tienen inspiración natural, pero, como no se
ha dedicado a aprender qué es soneto, estrofa, verso, rima, acento rítmico,
hiato, sinalefa, cómo se mide el verso, versos de arte mayor, de arte menor y
otras de esas cosas, lógicamente no pueden estructurar lo que con facilidad
estructuraba Lope de Vega, o cualquier otro autor pasado. Yo también conozco
otra anécdota parecida de un poeta que sí se superó, de hace algunos días,
quien está considerado como uno de los mejores poetas de Colombia. Es cartagenero y le apodan “El Tuerto”. Me refiero al célebre Luis
Carlos López.
---Refiéramela, Estelio. Debe ser interesante.
---¡Escuche!: Se encontraba en cierta ocasión el
bardo de Cartagena sentado en el Camellón de los Mártires, cuando una l.inda
dama, de paso por el lugar, le dijo que le improvisara un soneto. Ni corto ni
perezoso, el Tuerto, sonreído, le respondió:
“Me dice usted: ‘Escríbame un soneto’,
y para complacerla necesito
salir como Argensola del aprieto…
Vamos,,,, ya tengo un mal cuarteto escrito.
Y haré de sopetón otro cuarteto…,
pues, añorando el rostro tan bonito
que luce usted…, como quien salta un seto,
salto y me importa este cuarteto un pito.
Parecerá difícil que pudiera,
comenzando un terceto a la ligera,
finalizar el último terceto.
Pero, sólo al pensar en su mirada,
noche bella hecha luz, de una plumada
le digo a usted: aquí tiene el soneto”.
---¡Magnífico, Estelio! Observa que en los sonetos
de los pasajes que hemos referido hay inspiración, belleza e idoneidad poética.
---Sí, don Lirio. Cuando escuché por primera vez la
anécdota que acabo de referirle, no solamente sentí la emoción estética que
producen las verdaderas obras de arte, sino que aprendí que soneto es una
composición poética que consta de catorce versos divididos en dos cuartetos y
dos tercetos; que verso es una frase rítmica generalmente sometida a medida;
que medida es el número de sílabas naturales que tiene el verso, considerados,
claro, los hiatos, las sinalefas, las diéresis, las sístoles, las diástoles y
otras figuras o licencias; que sinalefa es la fusión de la sílaba en que
termina una palabra, en un verso, con la que comienza la siguiente, cuando ésta
se inicia con vocal o “h”; que hiato
es la imposibilidad de realizar la sinalefa, para que no resulte un sonido
cacofónico o un sentido anfibológico o ambiguo; que rima es la armonía que
existe entre las sílabas finales de los versos; que, cuando a partir de la
vocal acentuada, las letras que siguen son iguales, la rima se llama
consonante; que cuando sólo las vocales son iguales, la rima es asonante; que
verso de arte mayor es el que tiene diez o más sílabas; que verso de arte menor
es el que tiene menos de diez sílabas: que cesura es la pausa que divide el
verso en dos hemistiquios; que la reunión de versos con unidad rítmica se llama
estrofa; que una estrofa de tres versos, o de cuatro, o de cinco, se llama
terceto, cuarteto, quinteto, si los versos son de arte mayor; si de arte menor,
terceta, cuarteta, quintilla, sextina, etc.; que la décima o espinela consta de
diez versos octosílabos que riman: primero con cuarto y quinto, segundo con
tercero, sexto con séptimo y décimo, y octavo con noveno, y debe llevar punto o
dos puntos al final del cuarto verso; que ovillejo es un artificio en que se
alternan tres octosílabos con tres quebrados, terminándose por una redondilla
cuyo último verso se compone de los tres pies quebrados; que estancia es una
combinación, al placer del poeta, de versos heptasílabos y endecasílabos; que
romance es una combinación de versos de siete y once sílabas, a gusto del
poeta…
---¡Basta, Estelio! Me alegro de que estés de
acuerdo conmigo en lo importante de lo “antiguo”. Claro que todavía se puede ir
más adelante. Hay mucho que cortar, pero también hay cansancio, incapacidad…
---Mucho. En cambio, quienes quieren aprender
carecen de recursos de toda índole. ¿Qué sería de mí si no le hubiese
encontrado a usted?
---Pues sí, Estelio. Volviendo al tema principal, te
pido el favor de que ahora que iniciemos el curso sobre gramática, cuya introducción
estoy haciéndote, adviertas que en esta materia también se ha involucrado el
término “modernismo”. Las librerías están rebosantes de “gramáticas modernas”.
Y te juro por Dios que de moderno no hay casi nada en gramática. Después de
Bello, Suárez, Caro, Cuervo y algunos otros “mandados a recoger”, te afirmo que
poco ha sido lo que se ha descubierto o creado en el sistema de nuestra lengua.
---¿Y con qué fundamentos afirmas esto? ¿No es
cierto que ha habido una evolución en el campo del idioma nuestro?
---Mira: Como lo dijo Marcos Fidel Suárez, en
materia de gramática hay mucho paño que cortar; pero, desgraciadamente, casi
nadie se ha dedicado a ello. Simplemente han cambiado de nombre, sin explicar
la razón, aparte de lo realizado por Bello y sus ilustres satélites.
---¿Entonces, lo único que ha habido ha sido cambio
de nombres?
---Sí, desgraciadamente. Observa: Existe una parte
de la oración que se llama adjetivo: aquella palabra que se junta al sustantivo
para indicar una cualidad de él o limitar su extensión o significado. Ya esa
parte de la oración no se llama adjetivo.
---¿Y cómo se llama ahora?
---Los gramáticos “modernos” han cambiado el nombre
del adjetivo por el de “modificador directo”, sin explicar razón valedera
alguna. Lo mismo ha acontecido con el complemento determinativo; ahora se llama
modificador indirecto. Y los complementos directo e indirecto han pasado a
llamarse “objetos”. Al complemento circunstancial le quitaron el nombre de
“complemento”; y el atributo se llama predicado nominal o verbal, según que
conste de predicativo o no; este nombre se da, modernamente, al antiguo
predicado subjetivo, y al predicado acusativo se le ha dejado sin nombre, pues
los modernos alegan, absurdamente, que no existe; y muchos cambios más de nombres…
---Entiendo ahora. Entonces, para las clases de
gramática que va a darme, ¿qué texto me recomienda?
---El mejor, para mí, sigue siendo el de Bello; pero
leerás también los siguientes autores “modernos”, que yo te facilitaré, para
que compares y aprecies lo que te digo: Ferdinand de Saussure, Bernard Potier,
Julio Fernández, Francisco Rodríguez Andraos, José Roca Panis y Manuel Seco.
---Bien. Descansemos.
---Mañana entraremos en materia. ¡Prepárate!
---Bien, don Lirio. ¡Adiós!
Hasta
aquí, el capítulo textual del libro “Encuentros
gramaticales”. Tras culminar su lectura, vino a la memoria de quien estas
líneas escribe una anécdota que le ocurrió, muy parecida a las de Lope de Vega
y el Tuerto López: En cierta ocasión, hallándose sentado en uno de los bancos
del Parque de los Locutores de Barranquilla, una jovencita que lo acompañaba le
pidió que le compusiera un soneto, y él, guardadas desde luego las inmensas proporciones
con los dos citados genios de la poesía, accedió a complacerla de la siguiente
manera:
Me pides un soneto de alta estofa,
como si fuera yo Lope de Vega
o el “Tuerto” López, su genial colega…
Pero, bueno, aquí tienes ya una estrofa.
De pronto no te inspire más que mofa,
pero de darle fin la idea me ciega
y quiero hacerte de él formal entrega,
aunque su calidad resulte fofa.
Si la capacidad no me acompaña,
yo sé que, contemplando tu belleza,
se me viene la rima a la cabeza.
Y, así, no te parezca cosa extraña
que el soneto sea cosa concluida…
Dulce niña, has quedado complacida.
Lácides Martínez Ávila
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