UN CASO INSÓLITO
A un plantel de educación
de un pueblo del Interior,
cierto día el Supervisor
llegó a cumplir su función.
Se introdujo en un salón
y de inmediato fue al grano:
Papel y lápiz en mano,
a un alumno preguntó:
“Conteste ¿quién descubrió
este suelo americano?”
Temeroso de castigo,
el niño, asustado todo,
le respondió de este modo,
siendo sincero consigo:
“Lo único que le digo,
y lo juro por mi abuelo,
por el Dios que está en el Cielo,
por mis padres y por mí,
es que yo, señor, no fui
el que descubrió este suelo”.
Perplejo el Supervisor
por la respuesta imprecisa,
salió veloz cual la brisa
en busca del profesor.
Lo halló y, con mucho rigor,
le dijo: “Explique por qué
tal niño a quien pregunté
que quién descubrió la
América ,
con faz casi cadavérica,
me contestó que él no fue”.
Y el profesor replicó:
“Si su respuesta fue ésa,
tenga usted la gran certeza
de que él no la descubrió.
El niño que usted citó
merece gloria y laurel,
es el mejor del plantel
en conducta y rendimiento…
Así que el descubrimiento
lo haría otro, no él”.
Al oírlo, el Inspector
se asombró más todavía
y subió a la Rectoría
a interrogar al Rector.
Lo encontró y de lo anterior
lo puso en seguida al tanto,
pero enorme desencanto
aquel hombre se llevó,
pues lo que entonces oyó
más bien debió darle espanto:
Contestó el Rector, sin guasa,
en voz baja y sin tropel:
“¡Tuvo que haber sido él,
que es el que más se propasa!
¡Él fue, él fue! Lo que pasa
es que el profesor lo quiere;
¡claro! y, como lo prefiere,
le pone notas bien altas,
y ahora encubre sus faltas...
¡Ya esto no hay quién lo tolere!”
Lácides Martínez Ávila
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