A MI ABUELA PETRONILA
A mi abuela Petronila
le dedico esta poesía
porque no le he visto un día
de vida quieta y tranquila.
Ella no se emperejila,
pues siempre está trabajando;
su cuerpo se está secando
como flor que se marchita…
De poder, yo a mi abuelita
la tuviera descansando.
Cuando yo pequeño estaba,
ella tejía sin cesar
esteras en un telar
y ni una vez descansaba.
Yo, que jugando pasaba
con la piel mojosa y tinta,
veía a mi abuela distinta,
con ojos tiernos y francos,
echando pintas y blancos,
empeines e hijos de pinta.
Al terminar las esteras,
de tonos blancos y vivos,
las vendía a noventa chivos
en Guillín o en Cabeceras.
Sus manos eran ligeras
para hilar el fique y luego,
llena de esmero y apego,
armaba con maestría
el petate lo tejía
sin reposo ni sosiego.
Cuando no tenía la palma,
se iba desde muy temprano
a cogerla en Rabicano,
y así carecía de calma.
Pero mi inocente alma
se llenaba de alegría
si a coger palma salía,
porque ella, cuando viniera,
corozos de palma estera
y otras frutas nos traía.
Lácides Martínez Ávila
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