A ENITH ALEMÁN NÚÑEZ
Me es imposible olvidar
aquellos ledos momentos
cuando los dos, muy contentos,
nos íbamos a bañar.
En El Encanto a nadar
poníamonos, pero antes,
durante largos instantes,
jugábamos muy felices,
meciéndonos en raíces
de los árboles colgantes.
En las aguas cristalinas,
que siempre paraban frías,
tomaba yo entre las mías
tus dos manecitas finas.
Innumerables sardinas
acudían a granel,
sólo por rozar tu piel
y ¡qué linda te veían!,
cuando algunas te lamían
como si fueras de miel.
Durábamos largas horas
metidos en la corriente;
tú me lanzabas, sonriente,
miradas embriagadoras.
Tus carcajadas sonoras
la montaña repetía,
y, al ardiente mediodía,
el febo, ya en el cenit
--¿no lo recuerdas, Enith?--,
tu tez blanca enrojecía.
Lácides Martínez Ávila
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